NIÑA MUJER
- Marie
- 15 jun 2024
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 24 ago
Si la vida es una obra de arte, y cada cual el artista que la escribe, pinta, convierte en poema o canción, pues la mía es un viaje por los caminos de la exploración sobre aprender del amor, en el más amplio sentido de la palabra.
Si lo encontré o no, da para analizar cada una de las historias que conviven en mí.
Sí sé, que cada vivencia resultó un puente a un aprendizaje, a una conciencia mayor, siempre en expansión a esa comprensión.
Marie.
Novela en proceso
Hace 40 años, una mañana muy lluviosa, en mi ciudad natal, plena de chacras, con su lienzo social de pueblo aún pequeño, con tan solo dieciséis años, perdía espontáneamente mi primer embarazo.
En Argentina se inauguraba una política de shock, el plan Austral, con la intención de detener la escalada inflacionaria. Aún en el mundo, no se había redactado la segunda Convención sobre los Derechos de las Infancias y Adolescencias, la cual estaba en proceso.
Un día antes, el 14 de junio de 1989. bajaba las escaleras del Registro Civil, luego de asentir el adelantado matrimonio que, aunque no planeado, sí fue decidido por ambos. En ese instante, me descompensaba.
Esta unión fue desistida por mi padre, quien no quería siquiera que cuente el motivo, y subestimada por la madre de quien fuera mi compañero de vida por largos años. Ella afirmaba querer que el o la bebé naciera, aunque cada cual se quede en su casa, obviamente ello implicaba que sus cuidados y crianza estuviesen a mi cargo y de mi familia. Aun así, contra viento y marea, dimos lugar a esa convivencia que se extendió, con grandes altibajos, por veintiún años y nueve meses.
Andando atrás en el tiempo, yendo a los inicios de esa relación, nos conocimos en una confitería bailable, ZaKoga, en la madrugada del 4 de febrero de 1984. Bailamos canciones de Charly García, Andrés Calamaro, David Bowie, Toto. Música que a mí me encantaba. Él tenía otros gustos musicales. Danzamos un lento, de un modo muy gracioso, con los brazos extendidos a medio metro de distancia. Me preguntó por la historia familiar, dado mi apellido originario de los alemanes migrados al Volga. Y me contó sobre algunos aspectos de su familia.
A los quince días nos encontramos impensadamente en el centro de Cipolletti, y a partir de allí se sucedieron encuentros en confiterías, en mi casa o en la que alquilaba su familia. Y ocasionales salidas a bailar; eran los permisos que tenía a los 15 años. Él tenía 20 años y decía haber terminado recientemente relaciones de carácter conflictivo. Para mí era mi primer idilio.
Hacíamos artesanías juntos: muñecos con pompones de lana, paño lenci, paño velour, y también flores colgantes con frases; fundas para almohadones en telar, carteras.
Siempre fui muy dedicada en los estudios.
Yo creí sentirme enamorada enseguida. Se lo dije a mi papá.
El respondió:
- ¿cómo podés saberlo tan pronto?
Llevábamos un año y pocos meses de noviazgo. En mi caso, apenas alguna inconsistente información de educación sexual que no alcanzaba a prevención alguna. Y ciertos mandatos culturales que solo indicaban, en aquel momento, que había que llegar virgen al matrimonio. Sólo eso. Aquella era mi realidad, ni más ni menos. Una persistente insistencia por parte de él, y varios encuentros, sin mi convencimiento auténtico de sentir que estaba preparada. Hasta que finalmente, con su pronunciamiento de que el vínculo podía cortarse, se da esa fugaz fusión. Y de esa única y primera relación sexual, el embarazo.
Me acuerdo haber ido a la biblioteca en búsqueda de información. Siempre los libros literarios, o científicos, como en este caso, fueron mi refugio. Mes y medio después, el escenario era, a escondidas, estar haciendo los análisis, cuya muestra una de sus hermanas pasaría a buscar por casa, y alguien llevaría al laboratorio, y cuyo resultado daría positivo.
Obviamente que el día que me enteré lloré muchísimo. Mi vida cambiaría por completo, cual Perséfone iba a pasar en escalada directa por todas las estaciones del alma.
No sabía cómo decírselo a mi familia, en particular a mi papá. Hicimos frente a esa conversación ardua, juntos. Hablamos con mis padres. Mi papá se enojó muchísimo a la vez que sus ojos se llenaban de lágrimas. Tenía otras expectativas puestas en mí. No había conseguido terminar sus estudios secundarios, era muy hábil en su oficio y anhelaba que yo estudiara una carrera de grado afuera, en Bahía u otra localidad, lo que él por sostener a sus padres muy mayores y de condición económica muy vulnerable, no había podido hacer. Yo proyectaba estudiar farmacia; de hecho, estaba en la orientación de ciencias biológicas del Bachillerato en ese momento y dedicaba mucho tiempo a aprender.
Sugirió un aborto. Mi mamá quedó sumida en un profundo silencio. Como dice la autora de Ay, mis ancestros, la historia se repetía, aunque con otras características, en lo de asentir decisiones sin estar preparados. Mi papá en el año 1962 había decidido interrumpir su relación a distancia con mi mamá y la presión de mi abuelo los llevó a tomar la iniciativa de casarse.
Con mi compañero, tomamos la decisión de llevar adelante el embarazo. No tuve ningún apocamiento en decir el motivo por cual me casaba precipitadamente, entre mis conocidos, amigas o en la escuela, asumiendo mi estado. Hasta entonces no había manifestado ninguna rebeldía hacia mis padres. Aunque en ese tema me planté. No sentía vergüenza de asumir la decisión de traer un hijo a la vida, tema socialmente puesto en tela de juicio dada mi edad. Me sentía como una adolescente adulta por situaciones que venía viviendo desde muy pequeña en la dinámica vincular entre mis padres. Me sentía competente de decidir entonces, y de esa manera sobre mi cuerpo, y mi futuro.
No obstante, ello, mi padre me prohibió seguir viéndolo hasta que llegara el día del casamiento. Incluso para asegurarse de ello, hubo unos días que no me permitió ir a la escuela. Me escabullí alguna que otra vez, en bici, mientras él trabajaba, raudamente a verlo a escondidas. También fui a la escuela a hablar personalmente con la directora y la vicedirectora, explicando esa situación de tanta presión, mientras averiguaba cómo inscribirme en otra institución y no quedar libre, en cuanto a las materias. Quería concluir la secundaria.
En los pocos días que llegué a ir a la escuela de Cipolletti, una profesora de biología que había dado algunas clases acotadas al aparato reproductor, dijo a todo el grupo que yo quemaba etapas. Que ella también lo había hecho, y por eso me lo expresaba.
Me sentía muy sensible por entonces. Me movilizaba ante cada injusticia de algún profesor o profesora en el trato hacia los compañeros y compañeras. Siempre fui muy estudiosa, alcanzando promedios de notas altos, con empatía y compañerismo. Me acuerdo de que una vez esa misma educadora hizo sacar una hoja a todos para tomar una prueba, no anunciada, para sancionar una situación de comportamiento de alguien puntual, y yo expuse mi desacuerdo a aquella decisión que no guardaba relación con el hecho cometido.
Mis compañeras de curso y colegio me propusieron regalarme el alquiler del vestido de novia, o un electrodoméstico. Elegí el vestido. Fuimos juntas a hacer las pruebas a Sorlet.
Mi abuela materna, la única que llegué a conocer de todos mis abuelos, y de quien siempre fui confidente, cuestionó eligiera un vestido de color blanco por sus valores religiosos.
Dado la pérdida del embarazo, el casamiento por iglesia se pospuso una semana. Tuvimos que ir a probar otro vestido; el elegido ya estaba reservado para el sábado siguiente. Elegimos en conjunto con mis compañeras de la secundaria el modelo que fuera una réplica del usado por Manuela, la hija de Juan Manuel de Rosas.
El sacerdote hizo un cambio en la ceremonia, no incluyó la comunión, a modo de... expiación por la manifesta relación antes de la consagración del matrimonio. A partir de entonces fueron contadas con los dedos de las manos las veces que volví a asistir a la iglesia, algunas pocas misas en las que sentía fuertes migrañas, algún bautismo, o casamiento. Aun cuando mi abuela sembrara rituales y su fe católica en mí; entre el cuestionamiento sobre el color del vestido, y las contradicciones institucionales religiosas, en este caso de no celebrar la llegada de una nueva vida, fui re- evolucionando hacia otros modos de vivir la espiritualidad.
En la ceremonia fue mi suegro quien accedió a ser el padrino. Se manifestaba muy comprensivo conmigo, cuestionando a su hijo sobre mi edad, ante todo lo acaecido. Mi papá se negó a tomar ese rol, aunque tuvo que firmar la autorización para la del civil. No trabajó y lloró una semana entera, algo de lo que me enteraría luego.
Al día siguiente de casada, Demián, el padre de nuestros futuros hijos expresó que había algo que no me había contado, a lo largo del año y medio de noviazgo. Tampoco lo hizo entonces. Me enteraría bastante después. Su familia entera lo ocultó. Situación que me costaría aceptar, pues de ningún modo admito ocultamientos, mentiras, o lo que melle la confianza, condición inherente a mi manera de ser y proceder en la vida. Los secretos son incomprensibles. Y quienes los sostienen, en apariencia, creen proteger al sistema relacional, aunque ocasionan más daño del que procuran evitar, tanto sobre lo que se oculta, como a las personas a las que se les disimula. Sería más fácil convivir con lo que se visibiliza, mostrando cada historia tal cual es, que escondiéndola. Lo oculto se hace patente en el ambiente.
Este viraje en mi existencia significó continuar los estudios y trabajar en simultáneo. Irnos a vivir a otra localidad por medio año, donde conseguiríamos trabajo.
Meses después dos compañeras más del curso que dejé en mí ciudad natal, también se enteraban de sus embarazos, ese año.
Pude inscribirme en una escuela vespertina de Neuquén y allí continuaría, luego del casamiento, la secundaria, rindiendo muchas equivalencias pues cambié de plan de estudios. Sumado a que organizaba la casa, por entonces tarea atribuida a las mujeres y, trabajaba haciendo pastelería.
Luego volví a Cipolletti, y terminé mi formación universitaria, con muy buenas evaluaciones. Hasta estuvo la posibilidad de optar por hacer carrera docente en la facultad, en el área de Literatura, opción que desistí por el segundo embarazo.
Enseguida llegarían los primeros trabajos y nuestros tres hijos. Esperados, deseados, amados.
Aunque la convivencia de pareja estaría colmada de ambivalencias, de una dinámica poco saludable, cuyo discurrir me llevaría tiempo develar, en atención a todas las creencias familiares, culturales, sociales, de época, incluso ancestrales, que habían formado en co- creación y construcción mi subjetividad.
Continuará...






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