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La itinerante, una camioneta inigualable

  • Marie
  • 25 dic 2024
  • 7 Min. de lectura

Allí está. Detenida por días, bajo techo, en el garaje abierto, entre montañas, después de tantos viajes, a la espera de que llegue su dueño soñado.

Resplandeciente en su carrocería, con su pintura original color verde.

Con el motor desgastado, el cual, aun así, sigue sonando bien; y su tapizado impecable, salvo unos detallitos en el asiento de conducir.

La Nissan Pathfinder, de cabina cerrada tipo SUV, de motor grande 3.3, todo terreno. Con sus cubiertas de taco, ideales para el barro y la nieve. La que sale airosa de toda superficie, sea de ese lodo cercano a las aguas cuando el curso se va reduciendo ante el avance de las estaciones, o en algún vadeo. Y también en esas pendientes pronunciadas que requieren garra y empuje.

Ha sido una parte de mí, como lo fueron las chatas rusas a mis abuelos, los Alemanes del Volga, según hace poco descubrí. Nunca imaginé generaría tanto apego a algo inanimado. Aunque no, me retracto, ella palpita en ese motor. Compañera inseparable de trayectos cordilleranos, desafiantes itinerarios de superficies heladas, con nevadas, ventiscas y tormentas, subiendo cuestas empinadas, o amainando en conducción cuidada algunas bajadas resbaladizas.

En travesía a Quilca, a ochenta y un kilómetros de casa, ni bien la adquirí, esos últimos días, de un cierre de año escolar. En mudanzas a Cipolletti, Neuquén o Plottier, con las perras y la gata, cuando fuera a trabajar al Consejo Provincial de Educación en tres instancias: como formadora en Juego, como asesora en Presidencia y como directora de escuelas privadas.

Y en cada desplazamiento a las escuelas rurales de Moquehue y Pehuenia, en mi labor de educadora y secretaria.

Ella, mi familia mascoteril y yo, casi nómades, como mis ancestros que vivieron tantas migraciones.

Cuando llegué a vivir a Moquehue, una aldea entre montañas, en la provincia de Neuquén, en mi pequeño auto, la gente local me dijo: -aquí es importante contar con buen calzado, abrigo adecuado, calefacción, provisiones de alimentos y un vehículo apropiado. O un auto “con buen calzado”.

Cuando la compré se llevó puesta hasta una relación de pareja, de esas que son de a capítulos, como las series de streaming. Pues él quería indicarme qué camioneta comprar. Y yo seguí mi intuición y mi independencia financiera. Y la elegí… o quizá, nos elegimos.

Es una camioneta con historias. Primero perteneció a otro habitante de Moquehue, Carlos y su familia, de los de segunda residencia.

Y luego a Pedro y Ale que la hicieron andar en la Escuela Trashumante, allá por Huncal. Hasta sale en una película del año 2016 que documenta y relata esos acompañamientos a los y las estudiantes y sus familias, en invernadas y veranadas. Cuando Pedro me habló de ella, musitó que era una lástima fuera de ese color, por todo el simbolismo asociado a ciertas épocas dolorosas de la historia argentina. No obstante, lo cual, era un tremendo carro, que los hacía conducir seguros, máxime con la marcha en baja. Se la compré a Miguel que la tenía en Bariloche y la había recibido en parte de pago por un terreno. Entonces estuvo parada por un tiempo, hasta que llegué a ella. La vi en fotos. Fue amor a primera vista.

 

En los complejos caminos de ripio, horadados por el clima y los huellones de las travesías cuatro por cuatro, después de unos años, ella ha ido manifestando algunos achaques. A veces, crujían las bieletas; en ocasiones, las crucetas y sino, los bujes tensores. Le hacía arreglar prontamente cada pieza, procurando el reemplazo por la original. Al balancear su tren delantero, luego había acuse del de atrás. Así, como en mi cuerpo, con la inicial artrosis pensaba yo. Como una extensión de mi ser.

Ya tiene 25 años. Empiezo a ofrecerla a la venta. Arreglarle su motor implica un valor elevado desde hace tiempo. No puedo afrontarlo. Estoy justo en otro proyecto que insume ciertos valores. Quiero que llegue a buenas manos y continúe su camino de heroína.

Pocas veces se rebeló en los caminos. Una, aquella vez que yendo a mi trabajo en turno vespertino, en un entorno de viento blanco, se detuvo, sin que supiéramos el motivo. Me auxilió el entonces lonco de la comunidad, Orlando, también kimeltufe de la escuela y mecánico.

La vieron con el escáner en un taller de Pehuenia, y nada. Parecía haber algo vinculado a su anterior uso con gas natural comprimido, aunque no saltaba la falla puntual.

Luego, en otra oportunidad, se empacó en Los Cruceritos, donde está el cartel del desvío a Icalma, con la calzada helada reducida a una sola mano, de noche, en el trayecto a Moquehue. Alcanzo a dar aviso al mecánico Joaquín, y me quedo sin batería en el celular.

En la ruta pasa uno de los empleados de la delegación municipal, J. con su pareja. Se detienen. Me auxilian atando con cincho una camioneta a la otra, aunque enganchada en su parte posterior, no de trompa. Hacemos una delicada maniobra de viraje que activa toda mi adrenalina, en atención al hielo, en la rotonda del paso a Icalma, y así dejarla lista para que la cargue la grúa o la remolque a tiro el auxilio. Noto lo vaqueana que es la gente del lugar en circunstancias como ésta.

La camioneta viaja entonces, por la curvilínea cuesta del Rahue en grúa, a Cipolletti, donde la diagnostica Marcelo, experto en GNC y en esa marca de camionetas, pues en otras épocas en las que viajaba con Lili a Chile se había especializado en ella, yendo incluso a capacitar a gente en Canadá sobre su funcionamiento.

Le encuentra la falla, vinculada al distribuidor. Y al adminículo que permite el pasaje de nafta a gas, el cual extrae. A Marcelo me lo recomienda mi hermano. Nace entonces una amistad, que perdura en el tiempo, a la distancia. Es un referente en materia de vehículos.

La última rotura se produce a fines del 2021. Termina el año escolar y ella está tan cansada como yo. Es su último viaje en grúa. Esta vez algo sencillo en relación a las bujías empastadas, y otro tanto más delicado en relación a la bomba de nafta y el recambio de la bobina de arranque, cuyo repuesto, Marcelo tenía de la época en que vendía accesorios para automotores. Advierte el desgaste. Al igual que Sergio, el mecánico de Moquehue que la revisara en varias oportunidades.

Realizo la publicación de su venta en redes. Coloco en sus vidrios carteles que imprimo. Llama mucha gente para saber de ella.

Algunos, como yo, no pueden costear la reparación de ese motor cuyos repuestos, al menos en este país, no son fáciles de conseguir, pues ingresaron pocas unidades de ese modelo en la década de los noventa.

Otros, con alma de especuladores intentan meter chicana a su estado y valor. Me indigna. No estoy hecha de esa pasta para responder al regateo. Después de todo, la ofrezco diciendo cada detalle, siendo fiel a la verdad. Y como tremenda camioneta que es, tiene su valor de mercado.

No me gustan esos manejos de gente sin escrúpulos. Por ello, decido hablar con Luchi, un vendedor amigo de Seba, uno de mis hijos.

La llevo a Neuquén. Queda allí de septiembre a abril. Él procura ofrecerla. Me va avisando de cada interesado que se acerca o consulta. Algunos invitan a su permuta por autos de mayor valor. No puedo aceptar, pues estoy en etapa de construcción, ampliando espacios para cuando me visiten mi familia y amistades, a mi lugar en este mundo.

A todo esto, antes, le hablo a ella para decirle que irá a buenas manos. La inundo de aromas alquímicos. La mantengo limpia. Saco cada objeto mío, en una pausada despedida.

Durante noches invoco la llegada de su comprador ideal. Y la magia ocurre.

Una soleada mañana llegan dos propuestas.  Un mensaje de un gendarme de Bariloche en el que dice estar interesado y tan solo tiene que esperar unos días a conseguir el dinero restante.

Y en esa misma jornada, mientras desayuno en el patio, bajo la sombrilla de paja, se detiene una camioneta furgón, junto a la tranquera. Baja un señor. Se presenta. Su apellido es Guircaleo. Dice que vio un aviso de hace mucho, de una camioneta en una aplicación de ventas. Que, buscando su historial de dominio, dio con mis datos y dirección. Pregunta si sigue disponible y a qué precio. Vino a verla, desde Cutral Có. Sin saber que estaba siendo ofrecida desde hace tiempo en Neuquén capital.

Lo invito a disfrutar del paisaje, mate de por medio. Le cuento detenidamente cada detalle.

Así, llega su nuevo dueño. Cuenta con el dinero en su totalidad. Acordamos que, en su día libre de la labor petrolera en el campo, nos reuniremos en Neuquén, para probarla. Igual está decidido, como lo estaba yo cuando la adquirí. Un amigo suyo que es mecánico se encargará de repararle el motor. Y refiere que, según él, los venideros cambios en la economía le traerían providencia en cuanto a poder llegar a proveerla de algunos repuestos, tal vez en el vecino país, en estos tiempos.

Voy a entregarla, se me piantan unos lagrimones. Me acuerdo de mi hermano, Jorge, cuando vendió el último auto que fuera de nuestro padre.

Luchi no está, se fue a probar suerte a Europa. Nos espera su papá, también vendedor de autos de larga trayectoria. Lo llama a su hijo y le dice que se está yendo “la verde”.  Él me llama de inmediato. Le pregunto por el valor de su gestión. Me responde que quien la terminó de vender fui yo. Le agradezco.

Vamos al banco con Oscar, el nuevo propietario. La conduce. Sabe cómo tratarla. De allí nos dirigimos a Zapala donde está radicada, a firmar el formulario de transferencia. La ando por última vez, ya como acompañante.

Y noto que la hace circular bonito, tal como le di mi palabra a ella, la itinerante, mi compañera de intrépidas aventuras en este terruño.    




Marie                                                                    

 

 
 
 

4 Comments


Pedro Vanrell
Pedro Vanrell
Dec 25, 2024

Hermoso y sentido relato Mariela. Por supuesto que te entiendo. La vas a extrañar.

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Marie
Dec 26, 2024
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Gracias Pedro! Claro que sí! Era especial para este lugar!! Fue un paulatino desprendimiento!! Y tan plena de historias!!!

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Alejandra Martinez
Alejandra Martinez
Dec 25, 2024

Hermoso relato, la pinta de cuerpo entero.... Y es así, compañera, también conmigo lo fue!

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Marie
Dec 26, 2024
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Era así! Una compañera de travesías!! Que nos hacía sentir seguras!!

Gracias Ale!!!

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