Cada quien asume su montaña
- Marie
- 12 oct 2024
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 15 oct 2024
Relato
Los cimientos de jóvenes montañas, en su eclosión, dieron lugar a curiosas formas de relieves, algunas especiales, que son símbolos y testigos de la simiente de cambios de vida.
Uno de los cordones montañosos que se aprecia desde los amplios ventanales de casa, en la despejada población de una aldea cordillerana rural neuquina, es el de la Bella Durmiente, en sincronía espaciotemporal con esta época de mi existencia. Sus bordes irregulares contornean una silueta femenina de perfil, en la que se entrevén: el rostro con una imponente frente; a continuación, el surco que sugiere una de las cavidades oculares, la nariz algo aguileña y delicada, el mentón marcado, el pecho ligero, un hombro apenas elevado casi acariciando la oreja, los brazos doblados insinúan uno de los codos, las manos descansan sobre el vientre, y las piernas y los pies extendidos.
Trascendiendo un análisis socio cultural del relato tradicional que da nombre a este cerro extenso, el profundo significado de esa historia maravillosa reside en su simbolismo espiritual de la vida. El despertar de la Bella Durmiente puede interpretarse como el renacimiento y evolución de la consciencia, y el descubrimiento del propio potencial que conlleva a una transformación. Ikigai le llaman en la cultura y filosofía de vida de Japón. Reconocer el propio lugar en el mundo, un propósito de vida en congruencia con cada peculiar talento, lo que se ama hacer, y aquello que se pueda aportar a la comunidad.
La vida y la historia palpitan un pulso que por lapsos tiende a lo circular, llevándonos de nuevo a los mismos sucesos, aunque cambien algunas circunstancias.
Cuando llegué desde el Alto Valle a vivir a Moquehue acompañada, vivenciaba una relación sexo afectiva que apenas duró, en atención a notar, a tiempo, las no loables intenciones de quien era mi compañero de vida entonces.
Años después, en un lapso reciente, un vínculo querido agita mi existir. Me sumerjo a conocer ese universo humano masculino que se me presenta. Lo vivencio, despliego mi ser. Reboza por momentos la ternura. Aunque hay un instante cúlmine, en el que una chispa sintetiza que, angustiosamente, las concurrencias aparentes de elegir el mismo lugar para vivir, aunque él resida lejos momentáneamente, de coincidir generacionalmente, de nuestros orígenes pueblerinos en común, de la música que compartimos, no alcanzan en esa construcción.
Nuestras perspectivas de latir la vida, en el día a día, se alejan en la distancia de lo cotidiano y del espacio esquivo, en las antípodas de nuestras cosmovisiones, en las complejidades de los no coordinables disfrutes, en los silencios.
Surge la pregunta de si se puede ser aun amigos luego de haber avanzado en ese hilo relacional, y la realidad manifiesta tristemente la respuesta de que al menos en principio, no. Porque cada cual evoluciona desde su propio y respetable proceso, y no siempre se coincide en los entendimientos. Elegir irse es elegirse, es un acto de amor propio y autocuidado.
En ese instante fugaz, algo se quiebra en mí. Y de esa cicatriz, tras días de dolor, brota una energía renovada desde el corazón que vislumbra la necesidad de sacar mi mundo y plasmarlo al papel, en relatos. Y tal como es el estilo globalizador de estos tiempos, por los carriles de la autopista virtual, aporto mis experiencias singulares inicialmente desde la dimensión expansiva de un blog, coincidiendo en vibración con tantas otras voluntades, que en este multiverso vasto no alcanzaré a conocer, aunque sí a llegar a ellas, desde los gramos de cada palabra escrita y leída. También resuenan en mí las partidas a otros planos de la existencia de algunas amistades, sus sentires, sus voces a veces calladas, otras desplegadas en aciertos o confusiones.
En todas las encrucijadas que el existir nos presenta, cada elección y vivencia es un puente hacia un despertar pleno y consciente.
Marie

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